Mi abuela es
una maga
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Si hay algo
que disfruto es ir a la casa de mi abuela Carmen. Además de contarme historias de cuando era pequeña, me hace unas comidas deliciosas y
todo casero, como antes. También sabe trucos para limpiar todo tipo de objetos y lo que es aún
mejor, sabe hacer remedios caseros. Por eso yo le digo que
es una maga o mejor aún, una alquimista.
Es
que mi abuela, cuando era pequeña, en la
década de 1940, vivía en un pueblo de campaña conocido con el nombre de Piñera.
No tenían luz eléctrica en ese tiempo, tampoco había supermercados ni
tiendas y la farmacia más cercana quedaba en la ciudad de Guichón a unos
15 kilómetros de distancia. Pero se las
arreglaban bien me dice siempre, porque
con imaginación y sabiduría, suplían cualquier carencia y escasez.
La abuela me ha
contado que, para cubrir las necesidades de las familias se recurría a los
“correos de campaña”, que eran personas que una o dos veces por semana iban a la ciudad y traían en
su carro los diversos productos que cada familia necesitaba. El carro se
llenaba con bolsas de azúcar, barricas de yerba, latas de aceite, bolsas de
fideos, latas con productos para elaborar jabón casero y velas, entre otros
tantos productos más.
La
madre de mi abuela, mi bisabuela, lavaba ropa para afuera, por lo que en su
casa se utilizaba mucho jabón. Cada pocos días había que proceder a fabricarlo;
mi abuela y sus hermanos ayudaban en la tarea. Me ha contado que había que
tener mucho cuidado, porque para hacer jabón se utiliza soda cáustica que es
muy corrosiva y puede provocarnos daños severos si no tomamos las precauciones
necesarias.
Este jabón
casero se usaba solo para lavar la ropa
y también la vajilla. El “jabón de olor” se compraba y era un artículo de lujo,
únicamente se empleaba para lavarse la cara y para bañarse. ¡Cómo han cambiado
los tiempos!
Un capítulo aparte merecen los remedios caseros; la
abuela tiene para cada mal un remedio. Una de las cosas que siempre recuerda es
que de pequeña cuando se resfriaba, su madre hervía agua en una olla grande, le
agregaba hojas de eucaliptus fresco y con eso le hacía vahos para aliviarle la
congestión nasal.—¡Cómo me aliviaba! ¡Y qué delicioso el olor a eucaliptus!—me
comenta cuando lo recuerda.
La
quinta que había en casa de sus padres ocupa un lugar privilegiado en la
memoria de la abuela.
– ¡Había de todo!... además de lechugas,
acelgas, perejil y otras tantas verduras, teníamos árboles frutales y también
flores, cuyo perfume lo invadía todo, especialmente en primavera—recuerda a
menudo.
Ahora,
ya conoces algo sobre mi abuela Carmen, pero aún queda mucho más por conocer
sobre ella, sus comidas, sus trucos y sus remedios caseros. Pero a medida en
que vayas conociendo a la abuela y sus preparados, irás aprendiendo que todo, o
casi todo, se puede explicar con la Química. Pero además, aprenderemos y haremos otras cosas que la abuela no sabe hacer, como
pasta de dientes y enjuague bucal. Tal
vez, quien te dice, superemos a la abuela y cuando seamos viejitos también
podamos contarles a nuestros nietos o vecinos todo lo que aprendimos a hacer cuando éramos jóvenes.